Falto un año del BBK Live (por coincidencia con el FIB) y al volver me encuentro todo un festival en plena efervescencia que firma 12.000 personas de camping y 35.000 asistentes un jueves.
Cierto es que sigue sin decantarse por ningún estilo concreto y que reduce el riesgo a mínimo, pero desde la creación del tercer escenario, la oferta de grupos ha aumentado lo suficiente como para no quejarse lo más mínimo.
Evidentemente, el tipo de público ha evolucionado en paraleo al festival. De aquellas ediciones fundamentalmente bilbaínas se ha pasado a una mayoría, aún sostenible, de anglosajones festivos. A diferencia del FIB, el público local sigue sintiéndose identificado con el evento, así que no ha dado la espalda al BBK y compensa la incipiente colonización. Entiéndase el término colonización sin ningún ánimo despectivo, que a mí el público británico no me ha molestado en la vida, ni en Benicassim, ni en Barcelona, y mucho menos en Bilbao, donde presumimos de anglófilos. Mientras me interese el cartel, que los de alrededor beban, se disfracen, se desnuden, o se apareen en las campas lo que quieran.
Lo que si voy a pedir es que pongan el doble de camareros (o que les azucen un poco) en las barras y algún baño más. Ayer, en varios momentos era imposible pedir en ninguna de las barras, incluso en las más alejadas del escenario de turno. Y cuando conseguías una cerveza, ya caliente porque llevaba un rato tirada en plan industrial, el precio era de 3 euros. Que sí, que somos de Bilbao, ¿pero hace falta tenerlo tan claro? Creo recordar que en el Primavera lo mismo eran 2.50.
Yendo al tema de la música, me paro en los autobuses, porque me perdí a Toy y a Alt-J en una cola kilométrica y un posterior atasco en el acceso al festival. Pero me temo que nada de esto es imputable a la organización (por lo que tiene difícil solución). Los nuevos accesos a Bilbao y las obras de San Mamés dificultan la circulación en la zona, así que a ver si hay más suerte hoy o puedo salir antes.
A fata de Toy, me fui con ganas a ver a Banda de Turistas, unos argentinos a los que algún desaprensivo ha comparado con The Shins. Me temo que James Mercer & CO., al menos de momento, se les queda algo grande. Lo que yo ví en el escenario Vodafone fue una mezcla de Babasónicos y Brincos (mejor cuando se ponen sesenteros) absolutamente prosaica.
No me voy a andar con rodeos con Editors, cada día me gustan más. Habiendo superado hacer tiempo la alargada sombra de la equidistancia perfecta entre Interpol y Joy Division, emerge una personalidad evidentemente oscura y predominantemente guitarrera, pero cada vez más diferenciada. De su generación son quizás los menos dependientes de los hits a la hora de defender un concierto, lo que les permite firmar actuaciones especialmente solventes, sobre todo si se construyen alrededor de la solidez de un disco como The Weight Of Your Love. Mención especial a Tom Smith como frontman bailón y animado.
Edward Sharpe & The-Magnetic Zeros tienen la habilidad de convertir el folk en una celebración, así que en mitad del monte y con un público formado predominantemente por australianas con guirnaldas en pelo, aquello en dos canciones se convirtió en la versión bailable de Woodstock.
Charles Bradley And His Extraordinaires era una de las sorpresas escondidas en un cartel tan amplio como el del Bilbao BBK Live. Es el prototipo contrario a una estrella de la música. Tiene 64 años y más de la mitad de su vida se la ha pasado trabajando de cocinero en tugurios de mala muerte. Casi se muere por un error médico y sus dramas familiares no llegan al nivel de Mr. E de Eels, pero se le acercan. A pesar de todo siempre quiso cantar y nunca ha dejado de intentarlo. Dotado de una voz prodigiosa de soul clásico, hace dos años, Gabriel Roth de Daptone Records, sello pionero en el revival soul de estos últimos años, le descubrió y le grabó por primera vez. Desde la publicación de No Time for Dreaming, por la vida ha sido justa con el talento de Charles Bradley y no ha parado de dar conciertazos como el pudimos vera ayer en Kobetamendi.
Depeche Mode, gran cabeza de cartel del festival no defraudó un ápice, pero tampoco sorprendió. Llegaba a Bilbao en plena gira de presentación de Delta Machine, y el concierto no se separó un ápice de lo que se podía esperar. La mayot parte del nuevo disco y los hits de turno. Lastrado por algún problema de sonido el “Precious”, la parte central del show se ralentizó demasiado, pero el final fue lo suficientemente apoteósico para dejar un magnífico sabor de boca. Increíble la que se montó con “Just Can’t Get Enough”, canción candidata al top 10 de la historia del festival.
Tras los británicos, Little Boots nos hizó bailar en la vacuidad de una propuesta tan resultona como efímera, mientras que Two Door Cinema Club (van a ser los Franz Ferdinand de esta generación, tiempo al tiempo), reventaron a base de hits el final de una noche altamente satisfactoria.
Fotos, por ejemplo en el blog de Muzikalia.
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Escrito por Iñaki Espejo-Saavedra el 12 July, 2013
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