De vez en cuando no hay mejor forma de romper la rutina laboral como con un concierto entre semana. Sobre todo, si reúne, gracias a Acuarela, a dos grupos del nivel de El Hijo y Dolorean en un Nasti con poco más de media entrada y el sonido sorprendentemente bien ajustado. Para ser justos con la sala, tras el bolo de Ornamento y Delito en diciembre y el concierto de ayer, que el Nasti suene bien está dejando de ser noticia.
Comenzó El Hijo en formato quinteto y estrenando, sin que se notara lo más mínimo, bajo. Los discos de Abel, especialmente el último (Madrileña), son criaturas complejas. Trabajados hasta la extenuación con la ayuda de Raül Refree, están llenos de matices y de texturas difíciles de plasmar sobre un escenario. Abel opta por abordar el desafío dando a las canciones una actitud más rockera, pero, gracias al magnífico trabajo de toda la banda, sin dejar que pierdan ni un ápice de la compleja suntuosidad con la que fueron planteadas.
Comenzó con una canción perfecta para el gélido martes que disfrutábamos en Madrid, la última de Madrileña “Toda la noche nevando”. Continuó con “Llama, carbón nube, vapor” y siguió repasando su último disco, (“El Hada de los dulces”, “La Palmera”), sin olvidar recuperar en tres ocasiones (salvo error u omisión, “Vals de los besos”, “Los Reyes que traigo” y “Conmigo a tu vera”) su primer largo, Las Otras vidas (2007). “Quebradizo y transparente (madrileña)”, tocada en solitario acústico por Abel, fue uno de los momentos más emotivos de la noche, y “Por si Charlie Pace no pudo acabarla” (la canción que no podía componer Charlie en la isla de Lost), interpretada por la banda completa a todo trapo, fue el más intenso.
Dolorean son un cuartero orihundo de Oregón. Desconozco si saben que, hasta bien entrado el siglo XIX, su estado natal fue parte de España, pero lo que es seguro es, ya sea por esta circunstancia o por cualquier otra, en nuestro país se encuentran como en casa.
Presentaban su último disco, The Unfazed, un trabajo que han estado madurando cuatro largos años (pequeña separación incluida). La distancia les ha sentado bien. Las canciones parten del pop, pero se enredan en el blues sureño y rozan el country bien entendido. No se complican, no tienen por qué. Construyen melodías con la facilidad con la que beben cerveza, tocan como si en Portland no hubiera otra cosa que hacer y, del resto se encarga la maravillosa voz de Al James. El resultado, un viaje sereno e intenso al corazón de la música americana del que es difícil volver. Si aún tienen tiempo de verles tocar, no lo duden ni un minuto.
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Escrito por Iñaki Espejo-Saavedra el 2 February, 2011
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